Esta mañana sentí ansiedad. Me pregunté cuál era la razón para esa sensación. No me sentía mal, simplemente tenía una opresión en el pecho y me sentía revolucionado por dentro. Pero la sensación no era de pérdida de calma.
La pregunta de “¿cuál era la razón?” no era la adecuada, nunca es esa la pregunta adecuada. Y en cuanto hice la que siempre es la que te coloca en situación de aprovechamiento como aprendizaje, la cosa cambió. La pregunta es “¿para qué siento esto?”, y dejar la respuesta libre, sin esperarla, sin contestarme yo mismo, pues si no, lo haría desde la razón, desde mi mente pensante, desde mi ego.
Como estoy acostumbrado a esto, pronto llega la respuesta, en forma de sentimiento claro y nítido. No hay nada en mí para estar así. Simplemente es la ansiedad el mundo, y más concretamente la de esa hermana con la que hablé ayer y qué está con ansiedad profunda. Era como sentirla para aliviar la ansiedad del mundo, y de mi amiga en concreto.
Y me dejé sentir. Sentí gozo de estar vivo y de sentir esta emoción que venía a estar un rato conmigo, bendita ansiedad que me hace sentirme vivo. La abracé, la amé, y estuve con ella un rato, todo el que ella quiso. Sin querer que se fuera, sin desear que pasara -aunque antes de permitirme sentirla me dije que esto pasaría, porque todo pasa, todo- sin desear estar sin ella. Metido de lleno en ese instante presente que lo es todo, y ese todo era ansiedad. Y ahí estuve el rato que ella quiso. Fue breve, porque una vez aceptada, la ansiedad se sintió débil y decidió buscar a alguien que se resistiera a ella, porque eso le da vida, le da alimento, mientras que, en mí, por inanición muere.
No sentí alivio cuando se fue, simplemente, continué con mi vida, con mi gozo de saberme que YoSoY, simplemente con el gozo de saberme vivo, de saberme capaz de sentir lo que toque sentir en cada instante, en cada aquí y ahora, sin juicio.
La casa de Jave 