Para un momento y mira un poco tu vida. Párate en aquellas ocasiones en las que llevabas razón. Seguro que son muchas. Y ahora de todas esas, mira aquellas en las que el llevar razón solo te provocó enfado, ira, desilusión, venganza, desazón, …, y por tanto, no te trajo felicidad. Si, llevabas razón y con ella traías infelicidad. Mala cosa.
Como muestra vale un botón, ahí van tres.
Alguien te ha hecho algo, y tu cuando lo cuentas demuestras que llevas razón, demuestras que alguien se ha pasado contigo. Y cada vez que lo cuentas revives el momento, y como llevas razón, lo cuentas con pelos y señales. En cada una de esas veces, no eres feliz, solo llevas razón.
Cuando discutes sobre algo, empiezas a identificarte tanto con tu opinión que ya lo importante no es aprender con la conversación, ni hablar un rato con un amigo. La conversación pasa a ser discusión, ahora lo importante es llevar razón. Y es, en ese mismo instante, cuando estropeas tu felicidad, la pierdes por querer llevar razón.
Estás tan convencido de lo que ha pasado, que apostarías cualquier cosa a que llevas razón. El problema es que el otro está igual. Y es que, como todo en la vida, las experiencias son subjetivas, y una misma experiencia tiene tantas versiones como personas han visto la experiencia en sí. Ese es el momento para elegir ser feliz. Es el momento de parar y ser consciente de que no hay una sola forma de mirar lo que acaba de pasar, que cada uno lo mira desde su propio prisma. Y que tal vez si buscamos un punto en común, en unión, la felicidad puede aparecer, pero si me empeño en defender mi punto de vista eso no va a suceder. Si me empeño en llevar razón, la felicidad no aparecerá.
Seguro que a ti se te ocurren más maneras en las cuales has estropeado el momento de ser feliz por intentar llevar razón. Tu eliges.
